12 edificios de España que ya no sirven para nada. ¿Los demolemos?

Son joyas de la arquitectura y los expertos temen que algunos corran la misma suerte que la mítica Pagoda de Fisac, derribada en 1999. Pero no todos pueden convertirse en centros culturales. ¿Tú qué piensas?

12 edificios de España que ya no sirven para nada. ¿Los demolemos?

FUENTE: EL PAÍS

“El uso es el formol de la arquitectura“. Estas palabras del arquitecto donostiarra Ekain Jiménez, vocal de cultura del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro en Álava, resumen la vieja polémica que en los últimos años han ejemplificado obras como las cocheras de Cuatro Caminos, para cuya demolición ha dado luz verde recientemente el Tribunal Superior de Justicia de Madrid: ¿qué hacer con aquellos edificios que han dejado de utilizarse, pero que poseen una arquitectura interesante o protegida?

La pregunta tiene muchas respuestas posibles. Te proponemos que votes en la encuesta al final del artículo cuál debe ser el destino de 12 edificios, y te retamos a que compartas tus ideas sobre cómo reutilizarlos, con una condición: que no sean un centro cultural.

En el caso de las cocheras, asociaciones como Madrid Ciudadanía y Patrimonio defienden que deben conservarse porque constituyen una muestra del sello que, hace 100 años, imprimió en el Metro de Madrid Antonio Palacios, responsable de edificios tan emblemáticos de la ciudad como el Palacio de Comunicaciones o el Círculo de Bellas Artes.

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El último tren. Las cocheras de Cuatro Caminos, de Antonio Palacios, son el último ejemplo que queda en España de las cocheras de la época (1917-1919). La justicia acaba de dar luz verde a su derribo.

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Como quemar un Miró. La pagoda (1965-1967), que Miguel Fisac proyectó para los laboratorios Jorba, se convirtió en un símbolo de la arquitectura moderna en Madrid. Fue demolida en 1999 y el arquitecto lo atribuyó a intereses ocultos del Opus Dei.

El patrimonio que nunca volverá

La justicia, sin embargo, niega ese interés arquitectónico y ha avalado la decisión de la Comunidad de no declararlas bien de interés cultural (BIC). Metro de Madrid sigue usando parcialmente las cocheras, aunque la degradación se ha acelerado en las últimas décadas y de hecho en 2016 se demolió el Edificio Tuduri que formaba parte del complejo, debido a su estado de ruina.

Ahora podrán ser derribadas por completo, una suerte que ya corrieron otros edificios madrileños del siglo pasado como la famosa Pagoda de Fisac, construida en 1965 en la N-II (la carretera de entrada a Madrid desde Barcelona), y cuyo derribo en 1999 fue comparado con la quema de un Miró; la casa Guzmán, de Alejandro de la Sota en Algete (Madrid), sustituida hace dos años por un anodino chalé; o, fuera de la capital, la casa Sobrino, que en 1971 construyó Javier Carvajal en San Sebastián y cuya demolición denunció precisamente Ekain Jiménez en 2008.

Ninguno de estos edificios había sido declarado bien de interés cultural. En algunos casos (las cocheras de Cuatro Caminos son un ejemplo) ni siquiera estaban incluidos en los catálogos de los colegios oficiales de arquitectura oportunos, tradicional antesala de la declaración como BIC por parte de la Administración, aunque lo cierto es que tampoco esta protección garantiza siempre la buena suerte de las construcciones que pierden su uso original.

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Joya en ruinas. Un año después de ganar el primer premio en la Exposición Universal de Bruselas en 1958, el pabellón de los Hexágonos fue trasladado a la Casa de Campo, donde ninguna Administración le ha encontrado un uso que lo salve de la ruina.

Es el caso del pabellón de los Hexágonos. Levantado en 1958 por José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, representó a España en la Exposición Universal de Bruselas y consiguió ganar el primer premio, pero desde 1975 —cuando se cerró y cayó en desuso, salvo alguna actividad esporádica del INEM—  languidece en la Casa de Campo de Madrid, donde fue trasladado un año después.

Los sucesivos alcaldes madrileños han prometido salvarlo de la ruina: en 1991 se propuso moverlo al Paseo Imperial, en 2011 se anunció su traslado al Campo de las Naciones  y en 2014 se dijo que albergaría la nueva jefatura de bomberos. Sin embargo, ni siquiera la declaración como BIC del conjunto de la Casa de Campo en 2010 ha animado a rehabilitar esta joya de la arquitectura española, que actualmente se encuentra en estado de ruina, aunque los arquitectos dicen que es un edificio que por su gran flexibilidad tendría fácil solución.

Lujos que también languidecen

Otro ejemplo es el de la piscina Stella. Construida en 1945 y protegida por un plan especial desde 2011, constituye uno de los pocos ejemplos del racionalismo madrileño que quedan en pie. Sirve además para recordar la desaparecida La Isla, una piscina pública también con forma de barco que en 1931 construyó sobre uno de los islotes del Manzanares Luis Gutiérrez Soto. Este arquitecto, uno de los principales representantes del racionalismo español, intervino en Stella junto a José Antonio Corrales en 1951. El marcado carácter deportivo de Stella, cerrada desde 2006, ha dificultado no obstante su venta y reutilización.

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Un ‘Titanic’ en tierra. Aspecto original del Gran Hotel Casino de La Rabassada, en el monte Tibidabo. |AYUNTAMIENTO DE BARCLEONA

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El buque varado. Como un buque blanco sobre la M-30 se alza el que un día fue uno de los más selectos clubes de recreo y centro de la modernidad. Hoy es uno de los pocos ejemplos que quedan del racionalismo madrileño y sus dueños se esfuerzan desde 2006 por que no se lo coma la nada. | ÁLVARO GARCÍA

“En arquitectura, la conservación de un edificio tiene mucho que ver con el uso al que fue destinado, pero sobre todo depende de los posibles usos que puede asumir con el tiempo”, explica Ekain Jiménez a ICON Design. “Aquel edificio que logre dar facilidades para futuras adaptaciones tendrá más posibilidades de éxito”.

No fue quizá el caso de otro paradigma del esplendor, el Gran Hotel Casino de La Rabassada. Construido en 1899 y decorado por el taller del pintor francés Edmon Lechavallier Chevignard, se amplió en 1911 con una zona de atracciones y un casino, en el que por cierto se perdieron grandes fortunas en la época. Cuando 1912 el gobernador prohibió el juego, decisión que ratificó Primo de Rivera en 1929, el complejo cayó en desgracia. Parte de las instalaciones se derribaron en 1949 y hoy quedan habitaciones, esculturas, túneles de la montaña rusa y pórticos testigos de la opulencia esparcidos entre la maleza. Aunque está declarado patrimonio histórico-artístico catalán, no es de propiedad pública, sino que pertenece a dos familias.

Sigue sus pasos la casa Bailly en Cambre (A Coruña), un hotel y villa de verano modernista, construida en los años 20 por Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés, que hoy presenta un avanzado estado de ruina. O la villa Calamari, en Cartagena, construida por Víctor Beltrí en 1900, y cuya declaración como BIC no ha conseguido devolverle el esplendor.

Cuando es la cultura la que se salva de la quema

Edificios como el del antiguo Hospital General de Madrid, que desde 1992 alberga el museo Reina Sofía, las naves del Matadero, o la Tabakalera de San Sebastián se salvaron de la piqueta gracias a su nuevo uso cultural, precisamente el mismo que se había propuesto dar a las cocheras al convertirlas en un museo del Metro de Madrid. Tras la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, no obstante, lo más probable es que sean derribadas y sustituidas por el complejo de viviendas que se planea construir en el solar sobre el que aún se levantan.

Juan Herreros, catedrático de la ETSAM y fundador del Estudio Herreros, propone superar la coartada cultural y adoptar soluciones más imaginativas: de ello depende no solo la conservación de los edificios en desuso, sino la sostenibilidad de las ciudades.

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El edificio del Parque Móvil del Estado se sigue uilizando, aunque a medio gas. El Ayuntamiento de Madrid ya ha reclamado el espacio infrautilizado para viviendas sociales.

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Indultados. Su nuevo uso cultural ha salvado de la piqueta a las antiguas naves del matadero municipal de Madrid, como también ha sucedido con la Tabakalera de San Sebastián o con el Hospital General de Madrid, incorporado al museo Reina Sofía.

Después de la fiebre que transformó cualquier hospital, cárcel o convento en un museo o centro cultural, hoy es necesario que, por pura sensibilidad medioambiental y de rentabilidad de las infraestructuras, nos centremos en el reciclado de lo existente [hacia usos más funcionales, y evitar así la necesidad de nuevas construcciones para esos fines]”, explica Juan Herreros a ICON Design. Y añade: “Algunos edificios no tienen una calidad arquitectónica extraordinaria, pero son lo suficientemente interesantes para convertirlos en el germen de importantes operaciones urbanas. No demandan una conservación historicista, pero sí estaría bien que mantuvieran su carácter”.

Uno de estos edificios es el del Parque Móvil del Estado de la Calle Cea Bermúdez, construido inmediatamente después de la Guerra Civil como aparcamiento y taller de reparación de los coches oficiales que usan los altos cargos. “No es un edificio abandonado, pero sí uno infrautilizado que ocupa casi 30.000 metros cuadrados de suelo urbano”, explica Herreros. “Sus interiores ofrecen unas estructuras de hormigón y unas cubiertas transparentes muy interesantes, por no hablar de la famosa rampa de doble hélice, posiblemente inspirada en la de la Fiat Lingotto de Turín, y sin duda el elemento más singular y valioso del conjunto”.

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Soluciones creativas. Estas humildes casas patio que en su día ocuparon los empleados del Canal de Isabel II (Madrid) podrían, en opinión del arquitecto Juan Herreros, tener una segunda vida como residencia de artistas, frente a los Teatros del Canal. | GOOGLE MAPS

“El Plan General [de Ordenación Urbana del Ayuntamiento]”, añade Herreros, “ya prevé que pueda reconvertirse para albergar usos comerciales y residenciales, e incluso fue reclamado por la alcaldesa Manuela Carmena para construir viviendas sociales. En cualquier caso, es un enclave privilegiado para desplegar un programa ambicioso, propio de una ciudad que utiliza la arquitectura para reconstruir su identidad y posicionarse en el mundo”.

Frente al edificio del Parque Móvil, también ha llamado la atención del arquitecto una construcción en ruinas que puede ver desde su estudio: “Se trata de unas viviendas en hilera que utilizaron los empleados del Canal de Isabel II. Llevan décadas deshabitadas”, dice. “Conforman un conjunto inocente de casas patio con una delicada factura en ladrillo que ha merecido su catalogación por el Ayuntamiento de Madrid y que sería una perfecta residencia de artistas ligados a la danza y al teatro vinculados con los Teatros del Canal. En el mismo recinto, hay una antigua casa más importante que podría ser un centro de actividades colectivas del grupo. Es una ubicación privilegiada para la que parece no haber proyecto futuro que destacaría los Teatros del Canal como centro de Artes Escénicas”.

No todo puede ser un centro cultural

Ekain Jiménez advierte no obstante que los problemas tampoco terminan una vez logrado el interés de la Administración, ya que los nuevos usos con los que se intentan salvar edificios como el del pabellón de los Hexágonos no siempre son los más respetuosos con su arquitectura. “Los políticos no entienden que es el edificio el que debe decidir qué usos puede incorporar“, dice. “Lo más habitual es que el gobierno local decida previamente cómo va a usarse un determinado edificio para rehabilitarlo y conservarlo, en vez de pedir a los técnicos del Ayuntamiento o al correspondiente colegio de arquitectos que elaboren una lista de los usos que puede admitir”.

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Usos o desusos. La última propuesta del Ayuntamiento de Vitoria es convertir la gasolinera Goya (1934), ejemplo del racionalismo vasco, en el Centro Alberto Schommer de Fotografía. Pero no es un edificio preparado para conservar colecciones de arte.

Es lo que por ejemplo ocurre en el caso de la gasolinera Goya de Vitoria, uno de los primeros edificios racionalistas del País Vasco y BIC desde 1994. Fue construida en 1934 por José Luis López de Uraldey mantuvo hasta hace poco su función de gasolinera, pero actualmente está sin uso y se discute su futura utilidad.

“Los usos que los distintos grupos políticos han ido proponiendo en los últimos años van desde el esperpento hasta soluciones técnica y urbanísticamente inviables”, protesta Ekain Jiménez. La propiedad del edificio ni siquiera ha pasado todavía a las manos del Ayuntamiento de Vitoria, pero la perspectiva de que así sea ha animado a los distintos partidos políticos a prometer a sus votantes dotarlo de algún tipo de uso cultural.

La última propuesta es que la gasolinera albergue el Centro Alberto Schommer de Fotografía“, cuenta Jiménez. “Sin embargo, el edificio no permite la inclusión de un archivo, ya que los condicionantes hidrotérmicos del mismo harían necesario un nuevo edificio dentro del existente, algo incompatible con su arquitectura. Las exposiciones permanentes del museo sufrirían igualmente un serio riesgo de deterioro, ya que habría que adecuar el edificio para garantizar la temperatura y la sequedad propias del uso museístico, una actuación que sería igualmente agresiva”, añade.

Apropiarse de la herencia

Una solución para conciliar la rehabilitación de un edificio con sus usos posibles es convocar un concurso de ideas con jurado. En este tipo de convocatorias, explica Jiménez, son los arquitectos concurrentes los que proponen ideas y su resolución a partir de un anteproyecto, proponiendo incluso ellos mismos los usos posibles. Posteriormente, es un jurado conformado por arquitectos entendidos el que dirime. “Esto es muy habitual en Europa, pero no aquí, donde lo habitual es que el Gobierno convoque un concurso de proyectos con los usos ya definidos”, lamenta.

Andrés Jaque, premio Dionisio Hernández Gil a la intervención en edificios históricos y uno de los arquitectos más innovadores a nivel internacional, coincide en reintentar usos y buscar soluciones creativas. “Nos incomoda que la arquitectura no funcione según expectativas convencionales predeterminadas, pero desde una perspectiva ecológica es importante que nos apropiemos con inteligencia del entorno material que heredamos“, dice.

Para Jaque, “la clave para que un edificio pueda evolucionar y asumir cambios es que forme parte de una sociedad con capacidad de mediación y de cultivar un tejido de expertos (arquitectos, urbanistas, historiadores, diseñadores gráficos, artistas, mediadores sociales, comunicadores) con una formación de calidad, buenas condiciones de trabajo y acostumbrados a trabajar juntos”.

Es lo que se ha propuesto demostrar en Acupuntura, un proyecto con el que su oficina, la Office for Political Innovation, ha convertido la reforma del edificio del Museo Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid, todavía en curso, en una especie de performance. “En lugar de cerrar el edificio durante dos años, se ha optado por un proceso por etapas, en las que el público del museo pueda ser partícipe del proceso y los artistas que el CA2M moviliza puedan contribuir también a su evolución”, explica Andrés Jaque. De esta manera, la reforma del edificio no se limita a la ejecución de las obras, sino que engloba una serie de intervenciones artísticas y de debates sobre la naturaleza del museo que a su vez informan sobre sus distintos usos.

“Los edificios no son contenedores inertes”, advierte Jaque. “Incluso el pabellón de Barcelona, de Mies van der Rohe, depende de que las fábricas de terciopelo o de vidrio tintado [materiales destacados en el edificio] mantengan los niveles de calidad y la sensibilidad que lo hicieron posible en 1929; o de que se mantenga un aprecio por la jardinería como el que permitió que en su inauguración su lago estuviese cubierto de nenúfares”.

Lo más importante, por tanto, “es que entre todos fomentemos una sociedad en la que se valore la curiosidad, se premie y se estudie la invención y el amor por lo que nos rodea, y se sea optimista con la diferencia”, concluye Andrés Jaque. “Una sociedad capaz de imaginar que una antigua estación puede convertirse en un colegio, o que es posible usar la carpa del circo como el lugar en el que se reúne una junta de vecinos, es una sociedad más tolerante, optimista, y con más recursos para reinventarse”.